Y llega el momento en que tu cerebro
hace “clic”. Ese aviso que te dice que hay algo que no cuadra,
que te enerva esa situación, que si continúa así revientas. Puedes
hacer algo al respecto, o dejarlo pasar. Tu cabeza da mil vueltas al
asunto, te planteas abandonar habiendo llegado a ese punto, dejar las
cosas como están o quedarte parada sin hacer nada.
Un par de palabras lo pueden cambiar
todo, y lo hacen de verdad. En estos casos no hay un algo que te diga
¡Basta! Ni nadie que te impida seguir con su juego. A medida que
todo pasa aumenta la presión sanguínea, te bloqueas y no sabes cómo
responder. No tienes fuerzas para pensar, tan solo las tienes para
romper lo primero que te pongan delante. Y sabes que no es él a
quien tienes delante, es una pantalla de LED, esa dichosa pantalla
que ha vivido innumerables discusiones como ésta, y que sabe que la
de hoy puede ser la última.
Cada mundo de color de rosa sufre un
apagón de vez en cuando. Nadie se lo espera, pero acaba sucediendo.
La ira se apodera de tu cuerpo, toma las riendas de tu cerebro y se
apresura a decir lo primero que piensa. No tiene en cuenta la
repercusión que conlleva todo lo que dice y hace, tampoco se da
cuenta de que todo, absolutamente todo, puede cambiar las cosas. Las
tardes juntos, los besos, las miradas, las declaraciones, las
sonrisas de complicidad e incluso las llamadas o mensajes diarios.
Todo esto se desvanece, como los colores de los fuegos artificiales.
Y tu no quieres, o crees que no
quieres. Pero no sabes qué hacer ni cómo reaccionar, tan solo
quieres que todo acabe y llegue la calma. Pero esta vez, a pesar de
que ni tú ni él lo sabéis, jamás llegará.